Un vínculo que nació en Buenos Aires
Conmovido y sereno, Monseñor Guillermo Karcher compartió en una emotiva entrevista su mirada sobre el legado de Jorge Mario Bergoglio, a quien conoció hace más de tres décadas y acompañó hasta el final de sus días.
Antes de hablar de Roma, del Vaticano y del Papa Francisco, hay una conexión que toca el corazón del propio Karcher y que acerca esta historia de manera especial: Marcos Juárez. “Mi madre era de allí, y mi familia materna también. Tengo muchísima familia en esa ciudad. Aunque nací en Buenos Aires, medio corazón mío está en Marcos Juárez”, confiesa. Ese lazo afectivo convierte a esta historia en algo más cercano, más nuestro.
“Conocí a Bergoglio en 1992, cuando llegó a Buenos Aires. Fui su maestro de ceremonias en la Catedral”, recuerda.

El camino al Vaticano
Años después, su recorrido lo llevó a Roma para estudiar y, sin saberlo, a convertirse en testigo directo de tres pontificados: Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco. “Juan Pablo me convocó a trabajar en el Jubileo del 2000. Después vino Benedicto, con quien incluso viajé a África, y finalmente Francisco, a quien siempre llamé simplemente Bergoglio, porque así lo sentí siempre: un hombre sencillo, auténtico, sin doblez.”

Francisco, el Papa sin doblez
Karcher no habla solo desde el protocolo o el cargo. Habla desde el afecto, la cercanía, la confianza construida. “Conversábamos de todo: ecología, economía, sociología… No le escapaba a nada. Era como un padre para mí. No digo amigo, por la diferencia de edad, pero había una relación profunda. Él confiaba en mí, y yo en él.”
Sobre el Papa Francisco, su testimonio es claro y contundente: “Fue un hombre que dio todo, sin reservas, confiado en Dios y en lo que Jesús le pedía. Nunca buscó agradar ni temió ser juzgado. Supo que su misión era servir, y la cumplió con una entrega absoluta.”
La despedida de un servidor
Karcher asegura que Francisco fue mucho más que un líder espiritual. “Se sintió párroco del mundo. Ya no era solo el obispo de Buenos Aires ni un referente argentino, sino un servidor para todos los pueblos. Como buen jesuita, entendió que esa era la tarea que los cardenales le habían confiado al elegirlo Papa.”
El final fue tan humano como esperable. “Tuve el privilegio de darle el último beso antes de que partiera. Fue un momento lleno de amor, gratitud y fe.”
Con la emoción a flor de piel, Karcher reconoce que Bergoglio sembró mucho. “Como en la parábola del sembrador. Algunas semillas cayeron en buena tierra y dieron fruto. Otras no. Pero él supo aceptar eso y seguir sembrando hasta el último día.”